La arquitectura, desde siempre, ha sido una forma de resolver una necesidad muy básica: tener un lugar donde vivir, trabajar, protegerse del clima o reunirse con otros.
Durante siglos, la forma de construir se fue adaptando según el lugar, el clima, los materiales disponibles y las costumbres de cada sociedad.
En la época moderna, particularmente en el siglo XX, la construcción empezó a focalizarse más en lo rápido, en lo masivo y en lo económico. Se empezaron a usar materiales que venían de fábricas (como el cemento, el vidrio, el plástico y el acero), que a pesar de ser muy útiles, muchas veces precisan de mucha energía para producirse y transportarse.
Además, los edificios comenzaron a depender mucho de la electricidad y de sistemas artificiales para funcionar: aire acondicionado, calefacción, luces encendidas todo el día... En ese proceso, se fue dejando de lado la relación natural con el entorno, y eso empezó a tener consecuencias.
A partir de los años 70, comenzaron a sonar las alarmas. Por un lado, hubo una crisis energética mundial: el precio del petróleo subió mucho, y eso afectó a todo el mundo. Por otro lado, científicos y activistas empezaron a advertir que estábamos usando los recursos del planeta demasiado rápido y sin pensar en el futuro. También se empezó a hablar del cambio climático, del aumento de la contaminación y de la gran cantidad de residuos que generábamos, tanto en las ciudades como en el campo.
Fue ahí cuando surgió una pregunta importante: ¿cómo podemos construir sin seguir dañando el planeta? Y así, poco a poco, nació lo que hoy llamamos arquitectura sostenible.
La arquitectura sostenible busca volver a conectar los edificios con la naturaleza, pero usando el conocimiento y los recursos que tenemos hoy, lo cual supone diseñar de forma más inteligente, pensando en cómo ahorrar energía, cómo aprovechar mejor el agua, cómo usar materiales que no contaminen, y cómo crear espacios donde las personas se sientan bien.
También se trata de pensar a largo plazo: que los edificios duren, que se puedan mantener sin gastar tanto, y que, inclusive, puedan adaptarse si el clima cambia.
Con el paso del tiempo esta forma de construir se fue expandiendo. Claramente, al principio eran solo algunos proyectos, en su mayoría experimentales, pero hoy en día ya es un enfoque muy presente en muchos países.
La arquitectura sostenible es aquella forma de arquitectura que busca ser respetuosa con el medio ambiente. Es un enfoque que pretende priorizar el cuidado del entorno natural circundante y reducir al mínimo el impacto negativo de las construcciones en el ecosistema.
El objetivo principal de la arquitectura sostenible es hacer edificios que generen el menor daño posible al planeta. Hoy en día, la construcción es una de las actividades que más contamina: se usa mucha energía, se generan toneladas de residuos y se consumen muchos recursos naturales.
Por eso, esta arquitectura propone cambiar la forma en la que construimos, que consiste, a grandes rasgos, en: usar menos recursos, reducir la contaminación y aprovechar lo que ya tenemos a disposición (reutilizar materiales, mejorar edificios antiguos, usar elementos naturales del entorno, etc.).
Asimismo, debemos tener en cuenta que la arquitectura sostenible no solo piensa en la naturaleza, sino que también piensa en quién va a vivir, trabajar o estudiar dentro de esos espacios.
Busca, por ende, que el edificio sea cómodo, tenga buena ventilación, aproveche la luz del día y esté hecho con materiales seguros para la salud. Pero todo esto sin olvidar que también debe ser respetuoso con el entorno: que no destruya el paisaje, que no consuma más energía de la que necesita y que no afecte a la vida de plantas o animales. En esencia, es construir pensando en todos: las personas y la naturaleza.
La arquitectura sostenible se caracteriza por:
Usar al máximo lo que la naturaleza nos da, como el sol para la luz, el aire para ventilar y el agua de lluvia, así el edificio gasta mucho menos energía.
Elegir materiales que no dañen el planeta, como cosas viejas que se vuelven a usar o materiales que crecen rápido y se pueden plantar de nuevo, y que no gastan mucha energía al hacerlos ni al traerlos.
Hacer que el edificio gaste muy poca energía cuando vivimos o trabajamos ahí, usando la forma del edificio para que entre la luz y el aire, poniendo buenos aislantes en las paredes y techos, y usando energías limpias como la del sol.
Pensar en todo el tiempo que va a durar el edificio, desde que se sacan las cosas para construirlo hasta que ya no se necesite, buscando que sea fácil de cuidar, que se pueda cambiar si hace falta, y que al final se pueda desarmar para volver a usar las partes.
Hacer que el edificio quede bien con el lugar donde está, respetando la naturaleza de alrededor, ayudando a que haya más plantas y animales, y pensando en lo que necesita la gente que vive cerca.
La arquitectura sostenible es importante porque es un enfoque que viene a dar respuesta a los retos globales relacionados con la crisis ambiental y el cambio climático.
Veamos a continuación con más detalle los beneficios de esta visión arquitectónica:
La arquitectura sustentable considera el contexto natural en el que se desarrolla un proyecto, respetando y adaptándose al entorno existente.
Esto significa entender y valorar las características únicas del sitio, como el clima, la topografía, la flora y fauna local, así como los patrones de uso del suelo y la disponibilidad de recursos naturales.
Los edificios sostenibles están diseñados para maximizar el uso de recursos naturales como la luz solar y la ventilación natural, reduciendo así la necesidad de energía artificial para iluminación y climatización.
La eco-arquitectura busca reducir las emisiones de gases de efecto invernadero asociadas con la construcción y operación de edificios.
Esto se logra mediante técnicas de construcción que sean más eficientes en términos energéticos, así como la reducción de consumo de recursos naturales e implementación de sistemas de energía renovable.
La arquitectura verde emplea materiales y sistemas que minimizan la liberación de contaminantes al medio ambiente.
Estas edificaciones suelen incorporar sistemas de ventilación que ayudan a mejorar la calidad del aire interior, mediante el filtrado de contaminantes y proporción de un suministro constante de aire fresco.
Por otro lado, se instalan sistemas de recolección de agua de lluvia para reutilizar en el riego o en sistemas de fontanería, así como la adopción de tecnologías de tratamiento de aguas residuales para reducir la descarga de contaminantes en el medio ambiente.
Las edificaciones sostenibles se preocupan por proteger y preservar los ecosistemas naturales en los que se ubican los edificios.
La arquitectura sostenible reconoce que los ecosistemas naturales brindan servicios esenciales para la vida en el planeta, como la purificación del aire y del agua, la regulación del clima, la polinización de cultivos y la provisión de alimentos y materiales. Por lo tanto, preservar estos ecosistemas es altamente importante para garantizar la salud y el bienestar tanto de los seres humanos como de otras formas de vida.
La arquitectura sostenible se centra en crear ambientes interiores que tienen en cuenta el bienestar y la salud de los ocupantes.
Por lo tanto, los arquitectos sostenibles buscan conceder ambientes interiores que promuevan el bienestar físico y mental de las personas que los utilizan. Para ello, estos profesionales tienen en cuenta aspectos como la calidad del aire interior, la iluminación natural, la ergonomía del mobiliario y la distribución del espacio para facilitar el movimiento y la interacción social.
Los edificios ambientalmente amigables están diseñados para tener una vida útil prolongada y requerir menos mantenimiento a lo largo del tiempo.
La durabilidad hace alusión a la capacidad que tiene el inmobiliario para resistir el paso del tiempo y las condiciones ambientales adversas sin deteriorarse significativamente. Por otro lado, la facilidad de mantenimiento se relaciona con la capacidad de realizar tareas de mantenimiento sin demasiadas complicaciones.
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