Cuando empleas una estrategia de cobertura (o hedging), tu objetivo principal es proteger tu cartera de inversión ante posibles pérdidas ocasionadas por movimientos desfavorables en el mercado. Esta táctica implica tomar una posición en un activo que se mueva en dirección opuesta a otro activo que se desea proteger.
Por tanto, cuando un activo experimenta pérdidas, el otro tiende a ganar valor, ayudando así a compensar esas pérdidas y proteger el valor total de la cartera.
El hedging o cobertura es una herramienta financiera que utilizamos para protegernos contra el riesgo de las fluctuaciones en los precios de los activos. Se trata de tomar medidas para asegurar que cualquier pérdida potencial debido a cambios en el mercado sea compensada, al menos en parte, por una ganancia en otra área.
Es decir, con el hedging se busca equilibrar las pérdidas que puedan ocurrir en una inversión o activo mediante la obtención de ganancias en otro, de modo que el impacto financiero neto sea reducido o neutralizado. Esto se logra, por ejemplo, mediante el uso de derivados financieros como futuros, opciones o swaps.
Pongamos un ejemplo sencillo, imagina que eres dueño de una empresa local que vende helados. Para protegerte de un posible aumento en el precio de la leche (un ingrediente clave en tus productos) podrías comprar contratos de futuros de leche a $1 por litro. Si el precio de la leche sube a $1.50 por litro, tú seguirás pagando solo $1, asegurando así tus costos y protegiendo tus márgenes de ganancia.
El hedging es una herramienta que no pretende generar beneficios, sino más bien proteger el capital o los activos existentes de posibles pérdidas.
Es una estrategia prudente que prioriza la protección del capital existente en lugar de asumir riesgos importantes en busca de mayores rendimientos.
Al ser un plan que busca proteger una cartera de inversión contra posibles pérdidas, se ubica dentro del ámbito de la gestión del riesgo. La gestión del riesgo en la inversión es la identificación, evaluación y control de los riesgos asociados con las inversiones.
Es un instrumento esencial en el repertorio de un inversor, ya que le permite potenciar tanto la estabilidad como el rendimiento de sus inversiones.
Además de ser un proceso bastante común para muchos inversores, también es útil para aquellas empresas que buscan cubrir sus riesgos.
La forma más habitual de hacer hedging es mediante el uso de derivados financieros, como futuros, opciones y contratos a término. Estos instrumentos permiten a los inversores y empresas tomar posiciones que se mueven en dirección opuesta a los activos que desean proteger, moderando así el riesgo de pérdidas por movimientos no deseados en el mercado. Por ejemplo:
Los contratos de futuros son acuerdos estandarizados para comprar o vender un activo subyacente (como commodities, índices bursátiles, y divisas) a un precio predeterminado en una fecha futura específica.
Las opciones son contratos financieros que otorgan al titular el derecho, pero no la obligación, de comprar (opción de compra o call) o vender (opción de venta o put) un activo subyacente a un precio específico (precio de ejercicio) antes o en una fecha determinada.
Los contratos a término son acuerdos personalizados entre dos partes para comprar o vender un activo a un precio acordado en una fecha futura específica. A diferencia de los futuros, no se negocian en bolsas, sino que se acuerdan directamente entre las partes (OTC).
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