Cuando pensamos en ciberseguridad, nuestra mente suele ir directamente a imágenes de hackers encapuchados, líneas de código corriendo por pantallas negras y firewalls infranqueables. Y claro, toda esa tecnología es esencial, pero ¿sabes qué es lo que realmente pone a una empresa en riesgo? No es el software, no es el hardware… somos nosotros, las personas. Sí, porque por muy avanzado que sea el sistema de seguridad, si la gente no lo usa correctamente o, peor aún, lo ignora, todo se va al traste.
Piensa en esto: has instalado la mejor cerradura en tu puerta principal, una que ni el ladrón más experimentado podría forzar. Pero, al salir de casa, decides dejar la puerta abierta porque "solo vas a tardar un momento". ¿De qué sirve la cerradura entonces? Pues eso es exactamente lo que pasa cuando los empleados no siguen las mejores prácticas de ciberseguridad. La tecnología es solo tan buena como quienes la utilizan, y ahí es donde entra en juego el factor humano.
A ver, seamos honestos. ¿Quién no ha usado la misma contraseña para todo porque es más fácil de recordar? O, peor aún, ¿quién no ha hecho clic en un enlace dudoso por pura curiosidad? Esos son errores típicos que cometemos todos, desde el empleado más nuevo hasta el CEO de la compañía.
Las contraseñas débiles son una puerta abierta a los cibercriminales. Supón que tu contraseña es "123456" o "password". Son las primeras combinaciones que cualquier hacker probaría, y no necesitas ser un genio para adivinar eso. Pero, aunque suene increíble, aún hoy en día muchas personas siguen utilizando este tipo de contraseñas por pura comodidad.
Y luego está el phishing. ¿Cuántas veces has recibido un correo que parece venir de tu banco o de una red social pidiéndote que verifiques tu cuenta? La mayoría de estos correos están diseñados para jugar con tus emociones: el miedo a perder acceso a tu cuenta o a que alguien más la esté usando. Y cuando uno está preocupado, es fácil cometer errores, como hacer clic en un enlace malicioso que puede comprometer toda la red de la empresa.
Pero los errores no terminan ahí. Está también el simple acto de compartir información sensible sin pensar en las consecuencias. Quizás dejas tu computadora abierta en la oficina, con todos tus archivos confidenciales a la vista. O tal vez comentas algo importante en una reunión donde no todos los presentes deberían estar al tanto. Son cosas que pueden parecer insignificantes, pero que, en el contexto de la ciberseguridad, pueden abrir la puerta a amenazas serias.
Aquí es donde las cosas se ponen realmente interesantes. Los cibercriminales no únicamente se enfocan en comprometer sistemas sofisticados; muchas veces, se centran en “hackear” nuestras mentes. Y no estoy hablando de ciencia ficción. Los hackers son expertos en manipular comportamientos humanos para lograr sus objetivos, lo que se conoce como ingeniería social.
Uno de los métodos más comunes es el phishing, como mencioné antes, pero vayamos más allá. Estos atacantes no nada más envían correos masivos esperando que alguien caiga en la trampa. También realizan ataques mucho más personalizados, conocidos como spear phishing. Aquí, los atacantes investigan a fondo a su objetivo. Saben quién eres, dónde trabajas, con quién te relacionas, y usan esa información para crear un mensaje que parece venir de alguien en quien confías, como tu jefe o un compañero de trabajo. Y cuando recibes un correo de alguien conocido pidiéndote algo urgente, es muy probable que reacciones sin pensarlo dos veces.
Asimismo, los atacantes también juegan con la psicología del poder y la autoridad. Si recibes un correo que parece venir de un superior jerárquico exigiendo una acción inmediata, es más probable que obedezcas sin cuestionar. Los hackers lo saben y lo usan a su favor. Manipulan nuestras emociones (miedo, confianza, urgencia) para que actuemos en su beneficio.
Otro ángulo interesante es cómo los atacantes explotan la empatía. Durante la pandemia del COVID-19, por ejemplo, hubo un aumento en los correos electrónicos que usaban la crisis sanitaria como tema. Mensajes que parecían provenir de organizaciones de salud, pidiendo donaciones o compartiendo información sobre vacunas. Los cibercriminales saben perfectamente que hay personas que querrían ayudar en un momento tan crítico, pero detrás de esos correos, se escondían actores malintencionados listos para robar.
Este es otro gran tema. Considera este escenario: has tenido un día largo, lleno de reuniones, plazos que cumplir y tal vez algunos problemas personales en mente. Estás agotado, y lo último que quieres es tener que lidiar con cuestiones de seguridad. Es en esos momentos de cansancio cuando somos más vulnerables. Es más probable que dejemos de lado las precauciones, que reutilicemos contraseñas o que no cuestionemos un correo que en otra ocasión nos parecería sospechoso.
La fatiga mental es uno de los mayores enemigos de la ciberseguridad. Estar constantemente alerta es difícil, y a medida que el día avanza, nuestra capacidad de tomar decisiones acertadas disminuye. Este fenómeno se conoce como "fatiga de decisión" y es aprovechado por los cibercriminales, quienes muchas veces atacan en momentos estratégicos, como al final de la jornada laboral o en días particularmente estresantes.
Y luego está la desinformación, que frecuentemente va de la mano con el desgaste. No es raro que los empleados no estén completamente formados en las mejores prácticas de ciberseguridad. En muchas empresas, la formación en este tema se ve como algo secundario, una simple formalidad que se cubre con una o dos charlas al año. Pero la realidad es que, sin una formación continua y práctica, las personas no están preparadas para reconocer y responder adecuadamente a las amenazas.
La desinformación también se extiende al nivel personal. ¿Cuántas veces has escuchado a alguien decir: "Eso nunca me pasará a mí"? Es esa falsa sensación de invulnerabilidad lo que hace que muchas personas bajen la guardia. No se trata solo de no saber, sino de creer que el riesgo no es real o que las medidas de seguridad existentes son suficientes para protegernos sin necesidad de mayor vigilancia.
Llegados a este punto, creo que está claro que la ciberseguridad es más que una cuestión de tener la mejor tecnología, se trata de asegurarnos de que la gente esté preparada para usarla correctamente. Un error humano puede echar por tierra todas las barreras de seguridad que hayamos puesto en marcha. Por eso, es fundamental no subestimar el impacto que puede tener un solo clic, una contraseña débil, o una palabra dicha en el lugar equivocado.
No estamos hablando de poner a la gente en la mira, ni de culparlos por los errores. Tiene que ver con entender que somos humanos, que cometemos errores y que los cibercriminales lo saben y lo aprovechan. La solución no es solo más tecnología, sino también más educación, más conciencia, y, sobre todo, un enfoque proactivo hacia la ciberseguridad.
La próxima vez que pienses en proteger tu empresa de amenazas cibernéticas, recuerda que tus empleados son tanto la primera línea de defensa como el eslabón más débil. Fortalece ese eslabón con formación, apoyo, y por encima de todo, con una cultura de seguridad que no deje espacio para el descuido.
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