“Lo que nos diferencia de otras especies (o, al menos, eso es lo que sabemos hasta ahora) es cómo usamos nuestra inteligencia en relación a la conciencia. El órgano mayor de aprendizaje es el cerebro.”
Si el cerebro aprende sí o sí, la calidad va a depender de nuestros estímulos y de los desafíos a los que se enfrenta. El primer desafío del educador es la creación de un entorno resonante para que cada niño o adulto sea capaz de resonar en él. Esto hace referencia al concepto del padre de la psicología positiva, Martin Seligman sobre las tres capacidades: conectarse, relacionarse y desarrollarse (1996).
Hace poco más de dos décadas no conocíamos mucho del cerebro porque no teníamos los recursos para conocerlo y poder investigarlo. La medicina, como cualquier otra ciencia, se fundamenta en la observación. Una vez que la persona moría, se observaba qué pasaba con ese cerebro y se sacaban conclusiones. En muchos casos la neurociencia aceptaba las lesiones encontradas y posteriormente observadas, pero no en todos los casos.
El doctor Broca tuvo un paciente llamado Tan-tan, su nombre se debe a que este era el único sonido que podía producir. Cuando murió, el doctor Broca, pudo descubrir que padecía una lesión en un área del cerebro que le impedía decir palabra alguna. Así, esta área pasó a llamarse “el área de Broca”.
Fue en la década de los noventa cuando la educación comienza a mirar todo aquello que sucede en el cerebro. A partir de los escáneres cerebrales, podemos empezar a ver qué sucede en el cerebro, cuándo percibe, aprende, siente o reacciona. Esta explosión tecnológica ha supuesto un gran avance para la neurociencia. A esta década se la conoce como “la década del cerebro” y hoy ya hablamos del siglo XXI como “el siglo del cerebro”.
¿Cómo podríamos definir la neurociencia en relación al aprendizaje de una forma muy general? Alexander Romanovich Luria (1987) uno de los padres de la neurociencia cognitiva, lo definió como la rama de la ciencia que estudia las bases neurológicas de las capacidades cognitivas, dando lugar así, al neuroaprendizaje.
Empezaremos definiendo la neuroeducación como la ciencia que estudia el cerebro como un “órgano de aprendizaje”. Su finalidad es aportar una fuente de desarrollo potencial en áreas cognitivas y emocionales, estudiando y estructurando dónde se producen, desarrollan y potencian las capacidades de aprendizaje.
Estas capacidades de aprendizaje (también llamadas cognitivas) son, entre otras, las intelectuales: atención, percepción o memoria; u otras más completas que se denominan “las funciones primitivas”. Estas tienen que ver más con la metacognición: planificar, proyectar, estructurar, tomar decisiones y monitorizar el comportamiento para poder modificarlo y evaluarlo. Dichas capacidades cognitivas se asientan en la parte más frontal de nuestro cerebro, la cual madura más tarde y es conocida como neocórtex.
Un alumno no madura hasta después de la adolescencia, así pues, no podemos pedirle a un adolescente que tenga conductas maduras sin que haya madurado, pues sus lóbulos prefrontales todavía no lo han hecho y es que aquí se asientan nuestras funciones ejecutivas más completas. También estudiamos las capacidades emocionales para poder trasmitir apropiadamente a los alumnos.
Daniel Goleman (1995) afirma que la inteligencia emocional es la más importante de todas las inteligencias (postura no exenta de críticas), aunque las emociones juegan una parte importantísima en el cerebro.
Todas nuestras capacidades son neutras, amorales. Nuestra inteligencia va a depender de nuestras emociones y de nuestra capacidad de pensar en nuestras acciones a largo plazo.
Es fundamental elevar el cociente emocional de nuestros alumnos y su comprensión de la neurociencia para que comprendan esto. Basándonos en la neurociencia cognitiva, el neuroaprendizaje toma esto para beneficiar al alumno y que así desarrolle todo su potencial. El neuroaprendizaje estudia todo el cerebro como un sistema de sistemas en el cual operan facultades cognitivas y metacognitivas que confluyen.
Vamos a trabajar con lo que se consideran premisas básicas:
a. “Enseñar sin saber cómo funciona el cerebro, es como querer diseñar un guante sin haber visto nunca una mano” L. Hart (1962). Hasta hace poco menos de dos décadas, no teníamos ningún recurso para saber qué era el cerebro y los educadores hacíamos lo que podíamos con lo que sabíamos. Por observación, ante la aparición de una nueva teoría, la fusionábamos y aplicábamos eclécticamente.
Ahora, con todo lo que sabemos y con la neurociencia que nos da consejos y ayuda, tenemos mucho que estudiar y aprender. Sabemos que es una disciplina abierta que está modificándose siempre. Es una gran irresponsabilidad ignorar todos los recursos que tenemos.
En muchas ocasiones se ha comparado el trabajo de los científicos con el de los escultores puesto que ambos toman una materia prima y la moldean. Un científico o un educador tienen la obligación de conocer con qué materia prima están trabajando. Esto es conocer el cerebro, saber que cada individuo tiene un cerebro único, con un estilo de aprendizaje único. Esto nos hace ser únicos y es uno de los grandes desafíos a los que nos tenemos que enfrentar.
Conociendo esto, vamos a poder captar una semilla que realmente pueda crecer y desarrollarse. Enseñar es poder dar estímulos, recursos, posibilidades, herramientas y desafíos para que la otra persona se motive e inicie su propio proceso de aprendizaje.
Sócrates resume este estímulo en una frase: “Yo no puedo enseñarte nada, solo puedo enseñarte a pensar”. En el Zen, lo más válido no es la respuesta, sino aquel que sabe formular las preguntas apropiadas. Esa pregunta, ese estímulo es importante. Hay que conocer el cerebro para saber qué semilla plantar en el aprendizaje.
El cerebro es el órgano del aprendizaje porque tiene neuroplasticidad, que permite que se reorganice y adapte durante toda la vida. Por eso el aprendizaje es posible.
Sabemos que la unidad básica del sistema nervioso y del aprendizaje es la neurona y que esta, a su vez, forma una red. Un grupo de neuronas se comunican formando procesos sinápticos, que son sustancias químicas que llegan a tramar redes. Cada aprendizaje es una red sináptica y sabemos que, para que esta gran red de aprendizaje neurológico se consolide, necesita hacer uso de la memoria a largo plazo mediante un gran impacto emocional o la repetición con novedad.
Si siempre repito de la misma forma, el cerebro no utiliza más circuitos neuronales, ya que siempre hace los mismos itinerarios, por eso es tan importante toda la Teoría de las Inteligencias Múltiples, en las cuales el niño y el adulto son capaces de aprender desde distintas pistas de la inteligencia. La clave está en la repetición creativa para que pueda tener acceso a la información desde distintos lados y para que pueda llegar a la memoria a largo plazo de forma variada.
b. “Si el niño no está aprendiendo de la forma que tú le estás enseñando, no le estás enseñando de la forma que él puede aprender” Dunn R., y Price G. (1979)
Muchos educadores dicen: “Lo he intentado todo, pero el niño no aprende, no se esfuerza, no quiere aprender”. Es importante conocer cómo funciona el cerebro y los estilos de aprendizaje. Yo puedo estar realizando muchas actividades, pero estar aplicándolas siempre desde una misma inteligencia, desde un mismo estilo de aprendizaje, por eso no funciona con todos los estudiantes.
Así, los profesores con formaciones lingüísticas siempre tenderán a tener una prioridad lingüística en su estructura y no tienden a confrontar con otras pistas de aprendizaje. Un contenido se puede trabajar de diferentes maneras durante un largo periodo de aprendizaje, pero hay que tener en cuenta que utilizar distintitas actividades no significa que se esté apelando a las diferentes formas de aprendizaje desde el punto de vista de la neurociencia.
El estilo de aprendizaje que propone la neurociencia. Los profesores tendemos a enseñar desde donde nos resulta cómodo, además de acusar la falta de herramientas. Pero, para poder aplicar las máximas formuladas en el campo de la neurociencia, no es necesaria la inversión en materiales determinados, únicamente se tiene que invertir en aprender cómo enseñar desde otras áreas de tu cerebro. Lo que los alumnos aprenden o no tiene que ver con los estilos de aprendizaje de aquel que les está enseñando.
La neurociencia describe que el contenedor del aprendizaje puede llegar a marcar el 70% del éxito del alumno, por lo que tenemos que ser muy conscientes del fenómeno de la neuroplasticidad en relación con los estilos de aprendizaje.
c. El cerebro es el órgano del aprendizaje, por tanto, cuanto más sepamos acerca de cómo funciona, más éxito tendremos aprendiendo y enseñando.
Continuación...
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