La importancia de la industria turística en las economías de prácticamente todos los países del mundo se debe, en gran medida, al crecimiento progresivo y constante que ha disfrutado el sector periodo a periodo desde la Segunda Guerra Mundial. Hace apenas seis años, cuando estalló la que ya se conoce como Gran Recesión, comenzaron a registrarse crecimientos negativos en la actividad turística a nivel global.
De hecho, hasta 2008 solo se conocían en el sector dos acontecimientos de crisis con efectos a nivel internacional: la inestabilidad generada por las guerras de las Malvinas y el Líbano en los años 80 y los atentados terroristas de las Torres Gemelas de Nueva York (2001) y las posteriores guerras de Afganistán e Irak (2001-2003).
La alarma sanitaria se activó cuando la Organización Mundial de la Salud (OMS) clasificó el brote de gripe A (H1N1) como de nivel de alerta cinco, es decir, pandemia inminente, tras darse otros brotes de influenza en Estados Unidos, Canadá, Alemania, España, Corea del Sur y Reino Unido.
Dos meses después del estallido de la crisis, los ingresos de divisas por turismo internacional de México se desplomaron casi un 50 por ciento. La Secretaría de Turismo de México atribuyó la caída de los primeros cinco meses del año 2009 tanto a los efectos de la influenza A H1N1, como a la crisis financiera internacional y la paridad en el tipo de cambio. El Consejo Nacional Empresarial Turístico de México realizó un estudio comparativo acerca de la influencia que tuvo la pandemia de gripe porcina en la caída del turismo, frente a la que ha tenido la crisis mundial.
Las conclusiones fueron las siguientes: “El efecto de la contingencia vivida por el virus AH1N1 afectó más al turismo mexicano en 2009 que la recesión. Sin embargo, la crisis económica mundial generó efectos estructurales graves en el sector, que se mantuvieron en 2009 y 2010, y aún no han sido subsanados”.
Hablando de campañas de promoción turística que pretenden rebajar la idea de inseguridad de determinados destinos, merece la pena analizar el caso de Colombia, que se enfrentaba como México a problemas de delincuencia, pobreza y conflictos protagonizados por los grupos paramilitares, los carteles del narcotráfico y los movimientos insurgentes.
La violencia, los secuestros y la escalada terrorista de la década de los 90 desencadenaron una caída drástica de la actividad turística de este país. Las infraestructuras turísticas apenas podían mantenerse con los visitantes procedentes de los mercados nacionales, por lo que, durante casi quince años, Colombia dejó de ser un destino turístico latinoamericano competitivo.
La estrategia de marketing turístico promovida en 2010 por Proexport, la agencia del gobierno colombiano encargada de promover a nivel global las exportaciones, la inversión extranjera directa y el turismo, supo sacar partido a la principal inquietud de los turistas extranjeros a la hora de elegir Colombia como destino internacional: el riesgo.
La agencia que asumió el reto de renovar la imagen del país apostó por introducir un término a priori lleno de connotaciones negativas en el que sería el impactante claim de esta exitosa campaña: “el riesgo es que te quieras quedar”.
Los ataques terroristas a las torres gemelas de New York y al Pentágono (Virgina) del 11 de septiembre de 2001 cambiaron por completo los hábitos de los consumidores y las reglas de seguridad aplicadas a los viajes internacionales, especialmente al transporte aéreo.
Otro de los efectos inmediatos de los atentados perpetrados por miembros de la red yihadista Al-Qaida fue la reducción significativa de llegadas de turistas a Estados Unidos, que también se notó en aquellos destinos que dependen de forma significativa del tráfico de este país.
El sector más perjudicado fue, sin lugar a dudas, el del transporte aéreo. En 2001, los ingresos de las aerolíneas cayeron un 6,7 por ciento frente a los obtenidos el año anterior, rompiendo una progresión anual de tres años de crecimiento, según reconoció la Asociación Internacional del Transporte Aéreo (IATA). El espacio aéreo de los Estados Unidos permaneció cerrado durante varios días desestabilizando el tráfico aéreo internacional. La semana después de la tragedia, las líneas aéreas estadounidenses y europeas perdieron 70.000 puestos de trabajo.
Antes del 11-S, las aerolíneas eran responsables de la seguridad aérea, que confiaban a empresas privadas. En noviembre de 2001, la Ley de Seguridad de la Aviación y del Transporte trasladó al Gobierno Federal la responsabilidad de la seguridad aeroportuaria, y se creó un nuevo organismo: la Administración de Seguridad del Transporte. No ocurrió lo mismo en los países europeos, que no llegaron a dejar la seguridad en manos de sus estados.
La vigilancia en los aeropuertos de todo el mundo se volvió más estricta e incómoda para los viajeros. La Administración Federal de Aviación estadounidense impuso nuevas reglas: un exhaustivo control a los pasajeros previo al abordaje, revisión del equipaje, control de los líquidos a bordo y puertas blindadas en las cabinas de los pilotos.
La intensificación de los controles aéreos exigía inversiones en nuevas tecnologías (escáneres, detectores, etc.) y más personal de inteligencia, seguridad y control contratado y eso significó un desembolso importante por parte de las compañías aéreas. Además, el conflicto desencadenado por los atentados encareció notablemente el precio del combustible.
El año 2011 pasará a la historia como el año de las revoluciones árabes y del inicio de grandes cambios políticos en la región. También como el año que desencadenó una imparable pérdida de llegadas de turistas internacionales, sobre todo europeos, a países con amplia tradición turística del Magreb y de algunos países de Oriente Medio.
A ello hay que añadir la pérdida total de la actividad turística en países como Libia, Yemen y Siria. Según el artículo “Luces y Sombras en el sector turístico árabe” de Ana González Santamaría, Adjunta al Programa Socioeconómico y Empresarial de Casa Árabe, los países árabes han perdido en total unos 12 millones de llegadas de turistas internacionales. Solo Marruecos, consiguió mantenerse en 2011 con un incremento de llegadas de turistas internacionales del 1,6 por ciento.
A esto se une que muchas compañías aéreas internacionales han cancelado vuelos a los países árabes, principalmente al norte de África, hecho que afecta tanto al número de viajeros como al de pernoctaciones en destino y tiene un efecto negativo adicional sobre el turismo de países como Marruecos.
La egipcia Agencia Central de Movilización Pública y Estadísticas reconocía a finales del año 2013 -cuando se registró un descenso de un 30,7 por ciento de visitantes respecto a 2012- que el sector turístico ha sido “el área más afectada por el escenario político en Egipto”.
La inestabilidad política que sufre el país desde la revolución que en 2011 derrocó a Hosni Mubarak (en el poder desde 1981) ha supuesto un obstáculo para los flujos turísticos hacia los sitios arqueológicos patrimoniales de Egipto, que en 2010 alcanzó la cifra histórica de 14,7 millones de visitantes extranjeros. Para el 13 por ciento de los trabajadores egipcios, el turismo era la principal fuente de empleo, según datos del Consejo Mundial de Turismo y Viaje.
El maremoto que azotó la costa oeste de Sumatra (Indonesia) el 26 de diciembre de 2004 y que desencadenó una serie de devastadores tsunamis a lo largo de las costas de la mayoría de las masas de tierra que bordean el Océano Índico, mató a más de 230.000 personas en 14 países (población local y turistas), e inundó las comunidades costeras con olas de hasta 30 metros de altura.
Indonesia, Tailandia, Sri Lanka, India, Bangladesh, Burma, Malasia, Islas Maldivas, Somalia, Kenia, Tanzania y las Islas Seychelles fueron los países más afectados. El tsunami provocó daños materiales valorados en más de 10.730 millones de dólares y, por supuesto, destruyó las instalaciones turísticas de estos destinos que, según datos de la Organización Mundial del Turismo (OMT), proporcionaban trabajo a más de 19 millones de personas.
Por este motivo y por el enorme potencial de estos países como destinos turísticos exóticos y paradisíacos, tras la catástrofe, la OMT solicitó que se elaboraran propuestas para la recuperación del sector. Una parte de la ayuda internacional se dedicó a inversiones para el turismo, apoyando principalmente a las micro y medianas empresas.
Las fugas de radioactividad y vertidos tóxicos provocados por el maremoto que azotó la costa del noreste de Japón el 11 de marzo de 2011 tuvieron un efecto inmediato en el turismo. Esta crisis generó una atención mediática y en redes sociales sin precedentes, que se centró en las áreas más afectadas, dejando sin cobertura a lo que sucedía en el resto del país. Pese a los mensajes lanzados por organismos como la Organización Mundial del Turismo para mejorar la percepción de seguridad en los turistas internacionales, ese año Japón recibió un treinta por ciento menos de visitantes frente al año anterior.
Los viajes a Tokio por motivos de negocios se paralizaron durante unos meses, lo que agravó aún más la recesión del país, que vio contraído su Producto Interior Bruto un 3,7 por ciento en tasa anualizada y un 0,9 por ciento frente al anterior trimestre.
Aunque a nivel de comunicación la gestión de esta crisis no fue la más acertada debido a la escasa credibilidad de las declaraciones de los representantes gubernamentales, Fukushima sí ha logrado pasar a la historia por su capacidad de recuperación gracias a la colaboración del sector público, el privado y la ciudadanía. Pocos meses después del terremoto, residentes de las zonas afectadas incluso hicieron de guías turísticos para grupos de turoperadores y medios de comunicación.
Como agradecimiento por el apoyo recibido por la tragedia, la Agencia Japonesa de Turismo (JTA) lanzó en 2012 la campaña turística “Japan, Thank You”, inspirados en el modelo de turismo “nuclear” y los recorridos por las ciudades fantasma cercanas a Chernóbil que algunas empresas ucranianas ofrecen a turistas internacionales, un grupo de intelectuales japoneses, encabezados por el filósofo y crítico cultural Hiroki Azuma, han propuesto recientemente un proyecto de reconversión de la zona de la planta nuclear de Fukushima con restaurantes, hoteles, tiendas y un museo que serviría de medio de comunicación para contar la catástrofe y el impacto que ha tenido desde entonces en la vida de la población local.
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