La inteligencia no es simplemente una capacidad de acumular datos, cifras o conceptos. No es tan solo la capacidad de ordenar los pensamientos, ni de coordinarlos o elaborar productos. Es más que eso.
Es un conjunto de capacidades, actitudes, talentos y habilidades que nos capacitan para adaptarnos con éxito a una situación. Por tanto, podemos afirmar que todos los individuos en mayor o menor medida: son inteligentes.
Gardner (1987) considera que la inteligencia implica necesariamente la habilidad que tenemos como humanos de resolver ciertos problemas, resolver determinadas situaciones e ir más allá en pos de un objetivo o una meta concreta.
La creación, por tanto, de ese producto cultural, fruto de la inteligencia, será fundamental en la adquisición, la transmisión del conocimiento o la cultura y en la expresión de las propias opiniones o sentimientos.
Por tanto, el problema a resolver en los sistemas escolares irá por potenciar cómo elaborar productos inclusivos, que representen estas inteligencias. Estas formarían parte de la herencia genética de cada individuo y se manifestarían al menos a un nivel mínimo, pudiendo llegar a desarrollarse todas con el apoyo cultural y educativo.
En los primeros años de vida, los seres humanos poseemos aquello que denominamos una “inteligencia en construcción”. Poco a poco, esta inteligencia se va puliendo (o adaptando) a aquello que le será necesario para la supervivencia. Así, aprendemos canciones, símbolos, mitos y creamos nuestros logos. Que son una manera de traducir mentalmente la parte simbólica a lógica. Este paso del sistema simbólico al lógico es imprescindible en el aprendizaje. Si el niño no es capaz de simbolizar, de representar y más tarde de presentar su inteligencia, no podrá manifestar está en la cultura.
Con el transcurso de los años, las inteligencias se irán perfilando, puliendo y adaptando a los contextos. Habrán sufrido sesgos cognitivos importantes, aprendizajes significativos y podrán estar en condiciones de expresar cuál es su tendencia o vocación. Algunas personas ya podrán empezar a apuntar sus talentos, habilidades o capacidades propias. Esos individuos serían capaces de producir obras absolutamente inéditas y originales.
Pero una persona que vive en un hogar, entorno o escuela es también fruto de las inteligencias del contexto ya que todos necesitamos ser reconocidos. La expresión valorativa de las inteligencias es muy significativa.
Atendiendo a ello, podemos decir que se dan dos circunstancias externas que son de tremenda importancia a la hora de poder consolidar o expresar una forma de inteligencia:
- Experiencias cristalizantes, que consisten en circunstancias o momentos en la biografía de la persona en los que se han dado acontecimientos que se han grabado de modo signficativo (emoción, visión), y que han marcado el desarrollo de ciertas habilidades, aptitudes o capacidades de la persona. Por ejemplo, el día que nos regalaron una calculadora y luego somos matemáticos; el día que nos dieron un telescopio o el día que nos enseñaron a mirar detrás de una cámara de fotos.
- Las experiencias de las inteligencias paralizantes: aquellas que bloquearon el desarrollo de una inteligencia importante para el sujeto. Por ejemplo, el primer cero en matemáticas porque no entienden tu letra; el día que un alumno se siente descalificado, humillado frente al resto o marginado. Ese tipo de experiencias están fijadas en el cerebro con una fuerte carga de emociones negativas; por tanto, si no somos capaces de gestionar el despertar de la inteligencia, y le sumamos sentimientos como culpa, miedo, angustia, odio, ira y rabia, solo conseguiremos que surja el trauma cada vez que empiece a crecer sinapsis en esa experiencia.